domingo, 20 de octubre de 2013

Estaba pendiente de renovar ensayo para mi blog, y había pensado, para mí mismo, que en esta ocasión me gustaría que el tema no tuviera que ver con la cotidianidad escolar.

Con esa idea atravesada en el entrecejo abordé mi desconexión laboral apenas terminé la jornada de este viernes 18 del presente mes y año. Repasé compromisos pendientes y uno que resaltaba por prioritario, era una diligencia ante entidad pública que me reservo.

Bien. Estaba en plena diligencia en una de las secciones de esa entidad equis -ya había saludado-, y el funcionario se disponía a atenderme, cuando de una oficina, allende a la que visitaba, un señor que debía ocupar cargo de mando, con rostro grave, afectado, un tanto atropelladamente, da salida a su voz hendida y con tono abrupto, de patrón rural, en público, “amonesta” a uno de los empleados, que también atendía a parte del público que a esa hora del viernes hacía sus vueltas aplazadas. Fue una desafortunada revelación del ser de ese señor.

Quienes ahí concurríamos como por acuerdo sincronizados nos buscamos las miradas, incluso compartiendo éstas con los funcionarios de la entidad, distintos al “mandón”, y raramente asentíamos con nuestros rostros en censurar aquel proceder. Al parecer ese señor estaba sobre-actuando. Y había sobredimensionado el hecho achacado al empleado recriminado en público.

La tarea gestionaría y de atención siguió sin que el ambiente enrarecido hubiese desaparecido del todo.

En silencio, mi cabeza era un hervidero de conjeturas. Los corrillos proseguían. Cuando quise darme cuenta, como que confirmaba la vieja presunción de que las diligencias que se hacían en jornada vespertina no contaban con la complicidad de un tiempo generoso, holgado. Por los movimientos de la vigilancia privada, y por la respiración de ciertos empleados acompañadas de ligeros gestos de complacencia, supuse que había terminado exitosamente lo que buscaba justo coincidiendo con el término de la jornada de trabajo de la entidad en cuestión.

Por una curiosidad entre morbosa y de indagación, motivada por la obsesión de un tema diferente para mi ensayo, quedé merodeando el exterior allende a la salida de esa institución, y en el flujo de clientes y funcionarios que la abandonaban, mis ojos se cruzaron con los de un viejo conocido de épocas pretéritas. Los saludos fueron dobles: el de la mirada matizada de alegría con una ¡hola! de los gestos. Y luego el apretón de manos, con las preguntas de siempre: “¿Y qué, cómo te va? (…)

Daba por un hecho que antes de la despedida, el tema del regaño a uno de los colegas de mi viejo conocido -funcionario de esa misma institución-, sería inevitable. Y así sucedió.

En una de las alusiones al caso, el amigo, con fastidio más que desgano, me dijo: “Pareciera que ese señor, quisiese demostrarse a sí mismo o a otros que él sí manda”.

Pobre de él! No, anoté yo. Y nos despedimos. No dejé de decirme: Los problemas que atormentan a ese director o no sé qué, son al parecer superiores a su racionalidad, a su discernir… Tan a la mano de él ese recurso de llamar discretamente a su despacho al “subordinado” que fuere y, con hechos y argumentos lúcidos, comunicarle la falta en la que ha incurrido, al tiempo que estimularlo para que saque partida de cada equívoco. Y un magnánimo “… espero que su capacidad de rectificar y aprender de los errores, sea una de sus competencias…”. No importa el oficio en que se desempeñe el personal a su mando: cocinera, aseadores, secretario(a), supervisor(a), subdirector(a), asesor(a). Ni tirano. Ni madre. Méritos y rectitud, con buen trato. Ni humillaciones ni servilismos. El mismo trato respetuoso para todas y todos.


Ramiro del Cristo Medina Pérez


Santiago de Tolú, octubre 20 – 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario